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Dos palillos, Barcelona

Empiezo una crónica de las que conllevan pasión, una de ésas que solo son aptas para personas que sienten algo al descubrir sabores y texturas. Espero transmitir...



Podría hablar del curioso y conseguido interiorismo del bar que hace de entrada y su contraste con la barra asiática, de cómo te transportas lejos de tu vida cotidiana al sentarse en el taburete o de los años que Albert Raurich fue jefe de cocina de elBulli, pero lo que más me apetece es comenzar diciendo que este restaurante me parece una grandísima idea en sí mismo.

Así pues, traspasas el bar que comentaba y te sientas en la barra asiática, comienza el espectáculo. Se elige entre dos menús, nos quedamos con el corto ("Un palillo", 55 €) que no hay que pasarse. Llega la carta de vinos, referencias bien escogidas y precios relativamente aptos. Me decanté por Château Thieuley 2009 (Bordeaux A.O.C.), un blanco mayúsculo, perfecto para armonizar con esta cena.

¡Ah! Aquí no hay manteles, sí servilletas de tela, palillos y buenas copas.


Venga, va, los manjares:

-Cóctel de sisho (en espuma, refrescante)

-Pimientos de Padrón con láminas de shiitake (¡vaya! iba en serio, este sitio es diferente, gran plato)
-Pescado frito (frescura del pescado y magnífico punto)

-Gambitas frescas crudas-calientes (la excelencia y la sencillez, para levantarse y aplaudir)


-Sashimi de jurel y kombu en texturas (leve toque de vinagre de arroz y mucho sabor en el alga, otro acierto)


-Calamar al soplete con soja y jengibre (en el precio va icluído ver la preparación del plato, luego viene la textura y la delicadeza, inolvidables)


-Tempura de cherrys (uno no se imagina lo que se puede encontrar en este simple bocado, explosión de saber hacer)

-Dumpling de verduras y langostino (hombre, he comido mejores, pero me hubiera comido unos cuantos más, la verdad)
-Te maki de atún rojo (para que lo hagas tú mismo, un juego muy apetecible, el atún ligeramente soasado, y lo demás, un disfrute)

-Wok de verduras baby (menos sorprendente que otros, pero un plato bien ejecutado, destaco las mazorquitas de maíz)
-Char siew bao de carne de cerdo (aquí sí que se han roto los moldes, de vértigo, un bocado delicioso, con mostaza japonesa y bacon)

-Yakitori de pollo de corral (bueno sin llegar a emocionar)
-Kuzumochi (tremendo mochi de fresa y salsa de sésamo negro con el granizado de yuzu, desde ya uno de esos postres que pasan a mi lista de preferidos, exquisito)


-Ningyo yaki de chocolate (con jengibre confitado, ¿el final perfecto?)
Y tras todo esto, un buen café.
El personal, que está dentro de la barra, fue simpático y agradable, aunando corrección y buen humor, lo ideal.
Lo peor de todo es que vale 70 € por persona, más o menos, de lo contrario reservaba un sitio fijo en la barra.
Una cocina fresca, derroche de técnicas, conocimientos y productos, una cocina de las buenas, de las mejores.
Me he prometido a mí mismo no escribir la palabra fusión (esta vez no cuenta, claro) en esta entrada porque esto es bastante mejor que eso. Esto es cocina sin etiquetas, esto es dar bien de comer sin más explicaciones.
Aquí, en la barra tras la cortina metálica, se generan emociones, se da placer.

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