-Gambitas frescas crudas-calientes (la excelencia y la sencillez, para levantarse y aplaudir)
-Sashimi de jurel y kombu en texturas (leve toque de vinagre de arroz y mucho sabor en el alga, otro acierto)
-Calamar al soplete con soja y jengibre (en el precio va icluído ver la preparación del plato, luego viene la textura y la delicadeza, inolvidables)
-Tempura de cherrys (uno no se imagina lo que se puede encontrar en este simple bocado, explosión de saber hacer)
-Dumpling de verduras y langostino (hombre, he comido mejores, pero me hubiera comido unos cuantos más, la verdad)-Te maki de atún rojo (para que lo hagas tú mismo, un juego muy apetecible, el atún ligeramente soasado, y lo demás, un disfrute)
-Wok de verduras baby (menos sorprendente que otros, pero un plato bien ejecutado, destaco las mazorquitas de maíz)
-Char siew bao de carne de cerdo (aquí sí que se han roto los moldes, de vértigo, un bocado delicioso, con mostaza japonesa y bacon)
-Kuzumochi (tremendo mochi de fresa y salsa de sésamo negro con el granizado de yuzu, desde ya uno de esos postres que pasan a mi lista de preferidos, exquisito)
Y tras todo esto, un buen café.
El personal, que está dentro de la barra, fue simpático y agradable, aunando corrección y buen humor, lo ideal.
Lo peor de todo es que vale 70 € por persona, más o menos, de lo contrario reservaba un sitio fijo en la barra.
Una cocina fresca, derroche de técnicas, conocimientos y productos, una cocina de las buenas, de las mejores.
Me he prometido a mí mismo no escribir la palabra fusión (esta vez no cuenta, claro) en esta entrada porque esto es bastante mejor que eso. Esto es cocina sin etiquetas, esto es dar bien de comer sin más explicaciones.
Aquí, en la barra tras la cortina metálica, se generan emociones, se da placer.
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