Me cuesta mucho elegir un restaurante para disfrutar solo, más todavía para hacerlo acompañado. Por eso me molesta especialmente que las cosas salgan como no espero. Esta va a ser la crónica de un despropósito y voy a ser duro aunque, igual que en El Quijote se salvó algún libro, aquí algún plato se librará de la quema.
Llegué a este establecimiento atraído por su propuesta portuguesa, o atlántica en general, y sus buenas críticas.
Espacio amplio y agradable, aunque algo frío.
Mesas de mármol o madera desnudas y servilletas de tela tosca. Copas mediocres y agua del grifo.
Carta apetecible centrada en platos portugueses (también gallegos, canarios...) y con ciertas dosis de actualización. En el apartado enológico mucho vino portugués y de zonas limítrofes.
Aquí empezaron los problemas, varios de los platos demandados no llegaron a la mesa, bien por olvido, bien por ausencia de materia prima. Nos apetecía una botella de blanco y pedí una referencia que se había agotado y la que sí estaba era de una añada diferente a la que constaba en carta. Al final fue un interesante Quinta de Cidrô Sauvignon blanc 2014 (Vinho Regional Duriense). Con el tinto por copas fue todavía más difícil, lo intenté con varias opciones pero tuve que conformarme con el único del que disponían, por cierto fuera de carta, un anodino Insólito Reserva 2013 (Vinho Regional Alentejano). El desconocimiento del jefe de sala complicó mucho la comanda.
Finalmente comimos:
-Lubina marinada con olivada verde, cebolla rosa, aguacates y cilantro (correcto pero muy tímido en sabores y aliños)
-Alcachofa al carbón con colas de cigala crujiente y piri piri (agradable plato aunque faltaba un elemento de conexión entre ambos productos principales pues la salsa no lo era)
-Bacalhau à brás de mi abuela (el clásico, bien hecho)
-Secreto ibérico a la brasa con piña caramelizada y ensalada de hierbas frescas (fantástica carne en cuanto a punto y sabor, de nuevo plato deslavazado, las guarniciones nada tienen que ver con el principal)
-Calamar de anzuelo con cebollita confitada y jugo de su asado (arruinado por un calamar mal limpiado en su interior, el resto me gustó)
-Torrija (muy rica, gran postre empañado por el helado derretido que le acompañaba)
El café, cortesía de la casa, no mejoró la impresión general.
El personal fue el principal motivo de mi disgusto. Al ya mencionado desconocimiento del jefe de sala se unieron la escasez de recursos personales y la nula cualificación de los mismos. La camarera que se ocupaba de nuestra mesa era muy voluntariosa y simpática, pero desconocía idioma y profesión. Un compañero, al notar nuestra molestia, corrió a echarle la culpa del servicio pésimo pero ella no tenía ninguna. Sí la tiene la selección de personal y el poco compañerismo. La leve disculpa del jefe de sala no sirvió de nada, no recuerdo un restaurante de este pretendido nivel en el que me haya sentido peor en este aspecto.
Pagamos unos obviamente excesivos 39 € por persona.
El fracaso de mi experiencia no estuvo tanto en la comida, aunque dista mucho de ser lo imaginado, sino en lo que la rodea. Errores de todo tipo, olvidos e incomprensibles actitudes estropearon lo que iba a ser un momento de disfrute.
La cocina deja entrever cierto saber hacer, pero necesita pulir preparaciones y atreverse con sabores más marcados e intensos. Eso y que la sala y la dirección del restaurante no destrocen su trabajo.
Esta mala experiencia ya forma parte de mis recuerdos, qué pena no haber elegido otro restaurante en el que seguro que las cosas hubieran sido bien diferentes.
Llegué a este establecimiento atraído por su propuesta portuguesa, o atlántica en general, y sus buenas críticas.
Espacio amplio y agradable, aunque algo frío.
Mesas de mármol o madera desnudas y servilletas de tela tosca. Copas mediocres y agua del grifo.
Carta apetecible centrada en platos portugueses (también gallegos, canarios...) y con ciertas dosis de actualización. En el apartado enológico mucho vino portugués y de zonas limítrofes.
Aquí empezaron los problemas, varios de los platos demandados no llegaron a la mesa, bien por olvido, bien por ausencia de materia prima. Nos apetecía una botella de blanco y pedí una referencia que se había agotado y la que sí estaba era de una añada diferente a la que constaba en carta. Al final fue un interesante Quinta de Cidrô Sauvignon blanc 2014 (Vinho Regional Duriense). Con el tinto por copas fue todavía más difícil, lo intenté con varias opciones pero tuve que conformarme con el único del que disponían, por cierto fuera de carta, un anodino Insólito Reserva 2013 (Vinho Regional Alentejano). El desconocimiento del jefe de sala complicó mucho la comanda.
Finalmente comimos:
-Lubina marinada con olivada verde, cebolla rosa, aguacates y cilantro (correcto pero muy tímido en sabores y aliños)
-Alcachofa al carbón con colas de cigala crujiente y piri piri (agradable plato aunque faltaba un elemento de conexión entre ambos productos principales pues la salsa no lo era)
-Bacalhau à brás de mi abuela (el clásico, bien hecho)
-Secreto ibérico a la brasa con piña caramelizada y ensalada de hierbas frescas (fantástica carne en cuanto a punto y sabor, de nuevo plato deslavazado, las guarniciones nada tienen que ver con el principal)
-Calamar de anzuelo con cebollita confitada y jugo de su asado (arruinado por un calamar mal limpiado en su interior, el resto me gustó)
-Torrija (muy rica, gran postre empañado por el helado derretido que le acompañaba)
El café, cortesía de la casa, no mejoró la impresión general.
El personal fue el principal motivo de mi disgusto. Al ya mencionado desconocimiento del jefe de sala se unieron la escasez de recursos personales y la nula cualificación de los mismos. La camarera que se ocupaba de nuestra mesa era muy voluntariosa y simpática, pero desconocía idioma y profesión. Un compañero, al notar nuestra molestia, corrió a echarle la culpa del servicio pésimo pero ella no tenía ninguna. Sí la tiene la selección de personal y el poco compañerismo. La leve disculpa del jefe de sala no sirvió de nada, no recuerdo un restaurante de este pretendido nivel en el que me haya sentido peor en este aspecto.
Pagamos unos obviamente excesivos 39 € por persona.
El fracaso de mi experiencia no estuvo tanto en la comida, aunque dista mucho de ser lo imaginado, sino en lo que la rodea. Errores de todo tipo, olvidos e incomprensibles actitudes estropearon lo que iba a ser un momento de disfrute.
La cocina deja entrever cierto saber hacer, pero necesita pulir preparaciones y atreverse con sabores más marcados e intensos. Eso y que la sala y la dirección del restaurante no destrocen su trabajo.
Esta mala experiencia ya forma parte de mis recuerdos, qué pena no haber elegido otro restaurante en el que seguro que las cosas hubieran sido bien diferentes.
Es una pena lo de este restaurante. Comenzó muy bien pero poco a poco se ha ido desfondando. Mi última visita tuvo más sombras que luces, no creo que vuelva. La comida se ha vuelto anodina y el servicio es pésimo. No parece que estuvieran preparados para el éxito y se les nota desbordados. Una pena.
ResponderEliminarEsa fue mi impresión, la verdad. Me alegra coincidir contigo.
EliminarUn saludo.