Tenía ganas de conocer este restaurante creativo zaragozano regentado por gente joven y con ganas. Veamos.
Se accede a él como a una vivienda. La sala, en la primera planta, es agradable. No es grande pero la separación entre mesas la hace espaciosa.
Mesas bien vestidas. Copas adecuadas.
Aquí se ofrece cocina de sabores reconocibles pero pasada por un tamiz de actualidad. Hay dos menús, escogí el corto (35 €). Carta de vinos reducida y a precios excesivos, punto a retocar. Me decanté por el siempre magnífico Tres Picos 2015 (D.O. Campo de Borja).
Cenamos:
-Helado de espárrago blanco y aceite del Somontano (delicioso, muy conseguido)
-Bloody Mary sólido y merengue de queso con membrillo (mejor el primero, buenas técnicas)
-Gazpacho de cereza de Caspe con roca de queso Picón (rico pero le sobraba pepino y le faltaba un contraste salado o ahumado)
-Rilletes de conejo en escabeche con helado de manzana verde (algo seca, pero con los matices muy bien incorporados)
-Bacalao marinado con algas y guiso de sus callos (inesperada vedette de la cena, gran calidad del producto y mucho tino en su tratamiento, un conjunto espectacular)
-Entrecostal de ibérico con usones, salsa de boniato y trufa de verano (plato que no me satisfizo pero del que destaco las magníficas setas)
-Yogur de Sieso con granizado de mojito y frutos rojos (bien, pero me gusta un postre más contundente para este tipo de menús)
Con unos petit fours correctos y un aceptable café se cerró la velada.
El personal se mostró eficiente y amable.
Pagamos 50 € por persona.
Digamos que era lo esperado, platos de inspiración clásica bien revisados. Los sabores nítidos predominan, eso se debe destacar.
En esa cocina se hacen bien las cosas y se cuidan las presentaciones. Animaría a arriesgar en los aderezos y a dar un paso adelante en la búsqueda de productos locales de calidad. Todavía se puede definir la línea algo más. El plato de bacalao marca el camino a seguir.
Auguro evolución positiva, habrá que estar atento.
Se accede a él como a una vivienda. La sala, en la primera planta, es agradable. No es grande pero la separación entre mesas la hace espaciosa.
Mesas bien vestidas. Copas adecuadas.
Aquí se ofrece cocina de sabores reconocibles pero pasada por un tamiz de actualidad. Hay dos menús, escogí el corto (35 €). Carta de vinos reducida y a precios excesivos, punto a retocar. Me decanté por el siempre magnífico Tres Picos 2015 (D.O. Campo de Borja).
Cenamos:
-Helado de espárrago blanco y aceite del Somontano (delicioso, muy conseguido)
-Bloody Mary sólido y merengue de queso con membrillo (mejor el primero, buenas técnicas)
-Gazpacho de cereza de Caspe con roca de queso Picón (rico pero le sobraba pepino y le faltaba un contraste salado o ahumado)
-Rilletes de conejo en escabeche con helado de manzana verde (algo seca, pero con los matices muy bien incorporados)
-Bacalao marinado con algas y guiso de sus callos (inesperada vedette de la cena, gran calidad del producto y mucho tino en su tratamiento, un conjunto espectacular)
-Entrecostal de ibérico con usones, salsa de boniato y trufa de verano (plato que no me satisfizo pero del que destaco las magníficas setas)
-Yogur de Sieso con granizado de mojito y frutos rojos (bien, pero me gusta un postre más contundente para este tipo de menús)
Con unos petit fours correctos y un aceptable café se cerró la velada.
El personal se mostró eficiente y amable.
Pagamos 50 € por persona.
Digamos que era lo esperado, platos de inspiración clásica bien revisados. Los sabores nítidos predominan, eso se debe destacar.
En esa cocina se hacen bien las cosas y se cuidan las presentaciones. Animaría a arriesgar en los aderezos y a dar un paso adelante en la búsqueda de productos locales de calidad. Todavía se puede definir la línea algo más. El plato de bacalao marca el camino a seguir.
Auguro evolución positiva, habrá que estar atento.
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