Estamos ante el bistró de Cancook, que ocupa su anterior ubicación. Veamos.
Sala muy agradable, con decoración minimalista, tal y como estaba en el anterior.
Mesas bien vestidas y con buena separación entre sí. Sensación de confort.
Copas adecuadas.
Se ofrece cocina creativa, como no puede ser de otro modo, con producto de temporada. Hay opción de carta y menú degustación (62 €), por el que optamos. En lo enológico, carta no muy larga pero seleccionada. Escogimos Paco el feo 2019 (D.O. Cariñena), largo y sabroso, pero del que nos tocó una botella con muchísimo precipitado.
Comimos:
-Tortilla cremosa de trufa (rico)
-Crujiente de queso y tomate seco (anodino)
-Martini Aceituna (equilibrada, bien hecha)
En este momento se sirvió una excelente mantequilla casera acompañada de un buen pan y un mejorable aceite de oliva.
-Tiradito de corvina y pepitoria de maíz (un plato más bonito y sugerente que conseguido, pero lo disfruté)
-Puerro asado a la brasa y holandesa (una holandesa para levantarse y aplaudir, gran preparación)
-Merluza de pintxo, calabacín de nuestro huerto y pesto de hierba (inesperada vedette del día, descomunal producto especialmente bien tratado)
-Costilla de vaca y calabaza asada (intenso y con acertados matices)
-Lemon pie (presentación diferente pero sabor clásico, muy bueno)
-Cheesecake 2.0 (correcta, destaco el helado)
Extraordinario café final.
Pagamos alrededor de 80 € por persona.
El chef Ramsés Gonzalez dice que esta es su propuesta informal, pero hay que indicar que en lo referente a este menú, al menos, se observa técnica y refinamiento.
Y todo está bastante bien rematado, la verdad.
Una dirección muy interesante en una ciudad no sobrada de ellas.
Ya tengo ganas de volver.
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