Hay propuestas curiosas e interesantes, pero la de este establecimiento lo es y mucho. Pizzas, verduras, torreznos y carnes. Veamos.
Local muy bonito, con cocina vista, horno presidiendo y mucho dinero invertido. Colores vivos y cierto estilo vintage.
Mesas demasiado pequeñas. Manteles individuales de cuero sintético, servilletas de tela y buenas copas.
La carta es variada y se centra en producto y pizzas. En lo enológico, no muchas referencias y precios elevados. Escogí La ola del Melillero 2017 (D.O. Sierras de Málaga), que me pareció delicado y equilibrado.
Cenamos:
-Aperitivo (buena chacina ibérica)
-Torreznos Roostiq (asombrosos, crujientes por el lado de la piel y jugosos en el centro, absolutamente imprescindibles)
-Alcachofas confitadas al horno de leña (impresionante tratamiento para una buenísima verdura, de las mejores que he probado)
-Rotolaccio de portobellos (con pecorino rallado ya en mesa, masa fina y muy bien hecha, relleno intenso, delicioso)
-Pizza de guanciale y cebolleta (también con pecorino, muy rica, masa suave y potencia en los sabores)
-Tarta de queso (con nata y licor de avellana, fluida y muy agradable)
Buen café final.
El personal se mostró amable y capaz. Mención especial para Olga Pérez, la jefa de sala, cuya capacidad me asombró.
Pagamos unos 33 € por persona.
Un sitio divertido, fresco, donde el trato y la cocina están a buen nivel y la cuenta no invita a vender tu casa. Eso es este negocio y está condenado al éxito.
Un equipo bien engrasado que saca mucha comida a tiempo y en el punto y que puede reaccionar ante imprevistos (como anécdota, en nuestra visita hubo un pequeño incendio en la cocina y no se notó).
Intuyo que iría bastante en caso de tenerlo a mano.
Comentarios
Publicar un comentario