Este restaurante era una de mis asignaturas pendientes en Sitges, pero tocaba aprobarla.
Ubicación maravillosa, al borde del mar y con bonitas vistas.
Para llegar al comedor se atraviesa la idílica terraza enclavada en la roca.
Se nos asignó una mesa muy agradable junto a los ventanales.
Mantelería de tela y copas pésimas.
La carta ofrece lo esperado, con arroces y producto marino como protagonistas. En lo enológico, nulo interés y precios excesivos. Bebimos Roger de Flor Brut Nature (D.O. Cava), cumplidor, y Juvé & Camps Gregal d'Espiells 2020 (D.O. Penedés), correcto.
Comimos:
-Tallarinas de la Isla Cristina salteadas a fuego vivo (buen calibre, sabrosas)-Fritura de boquerones a la andaluza acompañados de pimientos de Padrón (buena técnica, algo salados)-Aros de calamar fresco en tempura crujiente y pimientos de Padrón (excepcionalmente ricos, realmente empanados y no en tempura, una delicia)-Paella de arroz negro con sepia, almeja y gamba (punto inmaculado, potencia y melosidad, y servido en una ración enorme)
Buen café final.
Se sirvió un chupito de orujo cortesía de la casa.
El personal, muy abundante, se mostró amable pero irregular.
Pagamos 67 € por persona.
Un espacio así implica concesiones a los gustos imperantes y precios altos, pero pese a ello la oferta gastronómica es bastante digna.
Se ve criterio en una cocina llena de gente joven y que saca muchísimos platos cada servicio.
Algún toque de actualidad y revisión de carta de vinos y precios harían redonda la experiencia.
Pero claro, en ese entorno se perdona casi todo...
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