Hacía demasiado que quería conocerlo, pero por fin ha llegado el momento.
-Yakitori de cerdo ibérico (panceta, potente y asombrosa)-Yakitori de cebolla con salsa (anodina)-Yakitori de ma (ostras de pollo con wasabi, impresionante)
Yakitoris y mucho más.
Local con estética informal. Grandes ventanales y madera.
La barra es baja y algo incómoda. Prefiero ver a los cocineros a la misma altura.
Mesas desnudas, servilletas de tela y copas correctas.
Se ofrece cocina japonesa informal, de izakaya, con el pollo como gran protagonista. Hay dos menús omakase y carta. Escogí el corto (38,50 €), aunque añadí un temaki. En lo enológico, pocas referencias por copas. Probé Morra o conto 2020 (D.O. Rías Baixas), un albariño fresco y aromático, Pago de los Capellanes Joven Roble 2020 (D.O. Ribera del Duero), amplio y estructurado, y Dehesa del Carrizal MV 2018 (D.O. Dehesa del Carrizal), potente y maduro.
Comí:
-Edamame (demasiado obvio, pero bien)-Ensalada de cebolla fina y parmesano con katsuobushi (no es lo mío, pero funciona mejor de lo esperado)
-Pollo nanban con salsa Aurora (muy rico, buena técnica)
-Picadillo de pollo casero tsukune con yema de huevo a baja temperatura y pimienta sansho (mucho sabor, goloso)
-Temaki de carne de Tajima (espectacular preparación, carne de la presa del animal con aderezo ligero para un bocado tremendamente elegante)
El café no me satisfizo.
Se sirvió umeshu cortesía de la casa.
El personal se mostró muy amable y diligente.
Pagué 58 €.
Hiroshi Kobayashi, su familia y su equipo han conseguido trasladar un poco de Japón a este rincón de Madrid.
Todo se hace con dedicación, criterio y pulcritud. Y todo se disfruta.
La autenticidad no se encuentra fácilmente y aquí está, eso hace que comer en este restaurante sea siempre especial.
Y además, claro está, la comida es deliciosa. Que de eso se trata.
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