Vamos con uno de los templos ictiófagos de la capital. Qué ganas tenía.
El local es bonito, con la piedra y el ladrillo dominando la estancia. Aires nobles.
Elegimos la sala de abajo, más tranquila.
Mesas bien vestidas y copas adecuadas. Gran comodidad.
La carta ofrece los productos marinos que lonjas y maduraciones han dispuesto, teniendo como estrella a los pescados enteros a las brasas. En lo enológico, interesante carta a precios elevados. Bebí Mountain Blanco 2019 (D.O. Sierras de Málaga), que siempre me gusta, y una copa de Guímaro 2021 (D.O. Ribeira Sacra), tan frutal y expresivo como uno espera. También probé, por cortesía del sumiller, El nómada 2019 (D.O.Ca. Rioja) y me satisfizo.
Comimos:
-Consomé de algas (curioso, potente, las algas no se comen y eso no acaba de gustarme)-Huevas de lubina (absoluta delicia, fantástico aperitivo)-Borriquete de Algeciras «aliñao» (matices mediterráneos para un fabuloso pescado)-Camarón de la Ría frito con alioli reducido (la excelencia, crujientes y sabrosas, primus inter pares)-San Pedro (o san Martín) de Denia a la brasa (media pieza de 2,2 kg., un festival de texturas e intensidades, inconmensurable)
-Papa canaria (ricas, interior cremoso y delicado)
-Calabaza, naranja y erizo de mar (postre para el recuerdo, tan exquisito como sorprendente)-Petit fours (pâte de fruits y teja en forma de raspa, muy buenos)Gran café final.
El personal se mostró amable y diligente.
Pagamos 74 € por persona.
La evolución de las marisquerías tradicionales debería ser algo así. Producto y tratamiento refinado en todos los aspectos que definen la experiencia.
Sabores marcados y técnicas aplicadas sin mácula para unos platos apasionantes.
Los precios son altos, sí, pero realmente es especial.
Mar y sofisticación.
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