Restaurante situado en el puerto pesquero de la localidad, en la propia lonja, con las mesas contiguas a los barcos amarrados. Era agosto y necesitaba comer pescado.
Mantel individual de papel y copas pésimas. Absoluta informalidad.
La carta es variada y está centrada en el producto fresco de la lonja. En lo enológico, pocas opciones y no mucho interés, pero el Abadal Picapoll 2019 (D.O. Pla de Bages) me pareció amplio y untuoso.
Cené:
-Carpaccio de rape (más textura que sabor, solo curioso)-Sardinas a la brasa (media ración, pequeñas pero absolutamente deliciosas)-Sonso frito (media ración, buena técnica, uno de esos platos que dan sentido a estos restaurantes, al verano, a esta cultura...)-Calamares a la romana (media ración, me los recomendaron con mucho énfasis, delicados y bastante ligeros)El café, prescindible.
Se sirvió un chupito de orujo de cortesía.
El personal se mostró amable.
Pagué 54 €, pero se puede cenar por mucho menos.
Pues eso, uno de esos sitios que es lo que parece. Un restaurante honesto, directo, sin pretensiones y en el que se disfruta.
Me gustaría volver bien rodeado, ciertamente.
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