Me resultó atractivo este restaurante y reservé para cenar.
Era agosto.
Sensación de entrar en una casa particular, por aforo y decoración. Me gusta mucho.
Mesas desnudas, servilletas de hilo y buenas copas.
Hay menú del día, pero por la noche se ofrecen dos menús degustación, de los que escogí el más corto (39 €). Cuidada carta de vinos con pocas referencias por copas. Probé Langlois Brut (Crémant de Loire A.O.C.), delicado y placentero, Les Bonnets Blancs Muscadet 2020 (Muscadet- Sèvre et Maine A.O.C.), fresco y tropical, y Château Jaulien Pessac-Léognan 2017 (Pessac-Léognan A.O.C.), potente y expresivo.
Cené:
-Crema de maíz con pistou y galleta salada (elegante, curioso comienzo)-Pastel de manitas de cerdo, helado de queso de cabra y ensalada (deliciosa fritura y matices conseguidos)-Caballa con albaricoque y aguacate (exquisito pescado en una preparación compleja y acertada)-Entrécula con topinambur y judías verdes (sabrosísima pieza de carne, combinación espectacular)-Merengue con higos marinados (correcto)El café puede mejorar.
El personal se mostró amable.
Pagué 61 €.
Platos con muchos ingredientes, sabores nítidos y gran equilibrio. Estas propuestas personales se agradecen en un mundo lleno de lugares comunes y obviedades.
Volvería encantado a esta casa, pues todo se observa esmerado y hecho con criterio.
Gran opción bordelesa.
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