Visité este local hace unos años, cuando el apellido de "croquetería" permanecía en el título. Me apetecía ver la evolución y el pasado agosto pude comprobarla.
El espacio ha tenido pocos cambios.
La carta es variada y sugerente. Hay croquetas, pero menos. En lo enológico, carta muy corta y alguna referencia curiosa. Escogí Lengua azul 2018 (V.T. Extremadura), un tinto balsámico y ligero que me gustó.
Cenamos:
-Salmorejo de remolacha con picatostes (rico aperitivo, equilibrado)-Tataki de presa ibérica con pan de Cerdeña (deliciosa preparación casera sobre un ya de por sí muy buen producto, leve cocinado y aliño ligero que realzan la pieza)-Croquetas de carabineros y kimchi (muy sabrosas, presencia del marisco y cierto tono de kimchi base, un placer)- Hueso de tuétano asado con laminas de entrecot y guiso Sichuan para taquear (tuétano en un punto muy adecuado, carne potente y un guiso de verduras anodino, tortillas mejorables, conjunto correcto)-Tarta de queso que parece crema catalana (mejor la propia tarta que los acompañamientos, muy cremosa)El café, sin interés.
El camarero anduvo amable y con muchas ganas de agradar.
Pagamos unos 30 € por persona.
Volví a pasarlo bien. Escasas pretensiones, cosas bien hechas y buen trato, esas son las armas de este restaurante y parecen suficientes.
Me encantan los sitios en los que cenar por unos 30 € y disfrutar.
Hay cosas por pulir, sí, pero aprueba.
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