Me apeteció la propuesta de este restaurante. Era febrero. Veamos.
La planta calle es un mexicano, pero lo que buscábamos está en el sótano.
La decoración es nórdica, industrial o como se prefiera llamar. Me gusta.
Mesas desnudas que parecen no dividirse de las de la cocina. Eso me encanta.
Buenas copas y servilletas de papel.
Se ofrecen unos cuantos productos y unas cuantas maneras de cocinarlo. Tú eliges producto y método. Y es que la idea parece esa, producto de temporada y criterio. Y guiños suecos, claro. En lo enológico la carta es corta y con protagonismo para vinos naturales. Precios severos. Escogí Els Vinyerons Lluerna Blanc 2018 (D.O. Penedès), que resultó tener cierta estructura.
Comimos:
-Ostra sopleteada con tinta de calamar (muy sabrosa y sorprendente)
-Yema de huevo marinada, suero de parmesano y botarga (inmensa preparación, golosidad pura y dura, si es que esa expresión existe)
-Lomo de bacalao ahumado con hierbaluisa encurtida (otra alegría, jugoso y con interesantes matices)
-Risotto de cebolla a la sal (purista, muy rico, mantecoso y en buen punto)
-Salpicón tibio de sepia en su jugo con tagliatelle de pepino y garum (exquisita sepia en un plato muy fresco y agradable)
-Taco de vaca vieja, puré de manzana y cebolla frita (la carne es de indudable calidad, la guarnición de cebolla frita con polen es excelsa)
-Sandwich de helado ahumado con cerezas (impresionante postre, helado muy etéreo y muy buen contraste)
-Esfera de chocolate (se rompe en la mesa, correcto)
El café, a buena altura. Y además fue invitación de la casa.
El personal se mostró especialmente amable y atento.
Pagamos 29 € por persona. Hay que tener en cuenta que éramos cuatro personas y no comimos excesivamente.
Pues sí, me pareció un acierto. Veo muchas ganas en esa cocina, pero sobre todo veo ideas claras y saber hacer.
Las raciones son pequeñas, ideales para compartir entre dos personas y disfrutar.
Olof Johansson y su equipo tienen aquí la fórmula, espero que los comensales sepamos verlo.
Vaya, muy bien.
La planta calle es un mexicano, pero lo que buscábamos está en el sótano.
La decoración es nórdica, industrial o como se prefiera llamar. Me gusta.
Mesas desnudas que parecen no dividirse de las de la cocina. Eso me encanta.
Buenas copas y servilletas de papel.
Se ofrecen unos cuantos productos y unas cuantas maneras de cocinarlo. Tú eliges producto y método. Y es que la idea parece esa, producto de temporada y criterio. Y guiños suecos, claro. En lo enológico la carta es corta y con protagonismo para vinos naturales. Precios severos. Escogí Els Vinyerons Lluerna Blanc 2018 (D.O. Penedès), que resultó tener cierta estructura.
Comimos:
-Ostra sopleteada con tinta de calamar (muy sabrosa y sorprendente)
-Yema de huevo marinada, suero de parmesano y botarga (inmensa preparación, golosidad pura y dura, si es que esa expresión existe)
-Lomo de bacalao ahumado con hierbaluisa encurtida (otra alegría, jugoso y con interesantes matices)
-Risotto de cebolla a la sal (purista, muy rico, mantecoso y en buen punto)
-Salpicón tibio de sepia en su jugo con tagliatelle de pepino y garum (exquisita sepia en un plato muy fresco y agradable)
-Taco de vaca vieja, puré de manzana y cebolla frita (la carne es de indudable calidad, la guarnición de cebolla frita con polen es excelsa)
-Sandwich de helado ahumado con cerezas (impresionante postre, helado muy etéreo y muy buen contraste)
-Esfera de chocolate (se rompe en la mesa, correcto)
El café, a buena altura. Y además fue invitación de la casa.
El personal se mostró especialmente amable y atento.
Pagamos 29 € por persona. Hay que tener en cuenta que éramos cuatro personas y no comimos excesivamente.
Pues sí, me pareció un acierto. Veo muchas ganas en esa cocina, pero sobre todo veo ideas claras y saber hacer.
Las raciones son pequeñas, ideales para compartir entre dos personas y disfrutar.
Olof Johansson y su equipo tienen aquí la fórmula, espero que los comensales sepamos verlo.
Vaya, muy bien.
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