Don Lay es uno de los máximos referentes de cocina cantonesa en este país y tenía muchas ganas de conocerlo.
Local sofisticado y con estilo. Moquetas coloridas y mucha luz.
Mesas bien vestidas, pero demasiado pequeñas. Copas mejorables y palillos con puntas desechables, que me parecen horrorosos.
La carta es amplia y muy variada. Sobresalen dim sums y laqueados, pero las opciones son enormes. En lo enológico, carta curiosa pero a precios elevados. Escogí Leirana 2020 (D.O. Rías Baixas), un blanco excepcional, y una copa de un mágnum de Marqués de Murrieta Reserva 2017 (D.O.Ca. Rioja), aterciopelado y equilibrado.
Comimos (no disponían de todas las especialidades):
-Dim sum de pollo al curry (aperitivo, buen comienzo)-Hakao de bogavante azul (masa fina pero algo pegajosa, muy delicado)-Hakao de langostino (inconmensurable bocado, masa sedosa y relleno delicioso)-Canelón de char siu (masa suave y relleno potente, otra exquisitez)-Pato laqueado (medio, diferentes texturas, jugosidad, sabor e intensidad, espectaculares obleas y salsa, primus inter pares)-Caldo de pato (especiado y sutil, rico)
-Hojaldre de yemas de pato con helado de galletas (un postre sorprendente, muchos matices y una presentación, homenaje al hotel Cisne Blanco de Cantón, que me encanta en este entorno)
El café no estuvo a la altura.
El servicio, desbordadísimo, fue lo peor de la comida. Impropio del nivel que busca la casa.
Pagamos 52 € por persona.
Indudablemente estamos ante un gran restaurante, la alta cocina cantonesa llega aquí a un grado de refinación extremadamente infrecuente.
El pato, las masas, ese postre en forma de cisne... Sublimes.
Ahora bien, los detalles deben acompañar a la comida. El personal ha de ser cualificado y experimentado para sobrellevar salas llenas y servicios complicados.
En fin, id y disfrutad.
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